
«Infinito»
(One-Shot de Ady)
—Pase por favor. El Dr. Pretz lo espera. La secretaria accionó un botón y la puerta de la oficina principal de Tree House se abrió.
—Gracias señorita.
Casi nada había cambiado en ese lugar desde la última vez que había estado ahí. Si su memoria no fallaba, habían pasado 41 años desde esa fecha. Los mismos pisos, las mismas paredes con nulos adornos. Creía que de ser posible ninguna partícula de polvo se encontraría suspendida. Siempre creyó que en ese lugar no pasaba el tiempo. El color blanco le daba la sensación de espacio infinito.
Casi todo era igual, salvo que ahora detrás de ese escritorio no estaba Simon Pretz sino su hijo Ewan.
—Señor Kaulitz, buenas tardes, lo estaba esperando. El Dr Pretz se levantó y dio a Tom un apretón de manos y lo que podía ser una amigable sonrisa. Tom devolvió el saludo y observó al hombre que se encontraba frente a él: un hombre aunque ya mayor, se conservaba en buen estado físico. Agradable apariencia física, buen sentido de humor y confiable ¿Cómo podrían ser padre e hijo tan opuestos al mismo tiempo? Habían pasado dos décadas de conocerlo y todavía no descifraba ese misterio. Pues a diferencia de su padre, que siempre irradiaba prepotencia, arrogancia y hasta cierto aire de oscuridad, Ewan generaba una sensación diferente.
Pretz ayudó a Tom a sentarse en un sofá para comodidad de él, pues a sus 87 años, le era más difícil el poder moverse por sí mismo. Ahora se movía con una silla especial que le ayudaba a desplazarse cuando era necesario que saliera.
Sí, Tom Kaulitz tenía 87 años, cabello en su totalidad gris. Su rostro presentaba el avance del tiempo, su cuerpo el actuar de la gravedad. Y aún así, en esas marcas del paso de los años, aún se podía apreciar un rostro agradable y que sin lugar a dudas fue muy hermoso en sus años mozos.
—Señor Kaulitz, ¿le ofrezco algo de beber?
—Un té de arándanos está bien, por favor —la voz de Tom denotaba cansancio, fatiga.
—No le voy a mentir, señor Kaulitz, me sorprendió su llamada…—Fue directo al tema— y aún más su pedido. Creí que en la última consulta que habíamos tenido, había quedado claro que por más avanzada que esté la ciencia y que, con los logros que como humanos hemos hecho… La misma Tree House es muestra de ello —hizo un recorrido panorámico con la mirada de toda la oficina, para al final volver la vista hacia Tom— no podemos saber con exactitud cuando vamos a morir. Cierto que en algunas enfermedades, por su naturaleza o síntomas, se puede hacer un cálculo aproximado, pero Tom, en tu caso es diferente. El hecho de que un marcapasos ayude a tu corazón a latir. Que sea un ayudante, eso no significa que me pueda decir el tiempo concreto.
Con toda la tranquilidad del mundo, Tom se levantó y caminó hacia el escritorio, depositando la taza de té que hace minutos le habían entregado. Tomó un profundo suspiro y por primera vez puso atención a una fotografía que estaba en el escritorio. Nunca había detallado en ella, porque con Simon los minutos ahí se le hacían pesados y lo que quería, era salir lo más pronto posible. Tomó la fotografía con sus arrugados dedos y vio a un Simon de unos años más joven que cuando lo conoció. Se veía feliz, radiante y eso se lo debía —Tom llegó a esa conclusión— a la bella mujer que estaba a su lado, sosteniéndole de una mano y con la otra abrazaba a un niño pequeño, que sostenía un ramo de bellas flores. Para nada ese era el Simon que él conoció y al leer una pequeña descripción al final de la fotografía, Tom comprendió todo.
—Tu padre me dio la felicidad hace años, en forma de mi amado Bill y ésta se reforzó con la llegada de mi Nicholas. Todo fue a pedido mío. La felicidad fue hecha a mi medida. Tuve y he tenido los años más felices de mi vida. No puedo recriminar nada a la vida. No sufrí, no lloré porque conocí el amor, amo y soy amado. Y todavía puedo controlar mi felicidad el tiempo que yo quiera, porque tengo la vida de Bill y Nicholas en mis manos. ¿Ves Doctor? —Dirigió su mirada a Ewan, quien lo observaba apaciblemente— soy un hombre bendecido, pero al mismo tiempo se me agota el tiempo. Por más que tenga un aparato que está dando todo para que mi corazón siga latiendo…¡siento que el cualquier instante voy a dejar de existir, a dejar de respirar, a dejar de ser feliz! —su voz se quebró.
Ewan se levantó rápidamente y dio su apoyo en un abrazo al hombre derrumbado ante él. Había sido su médico durante veintisiete años. Él fue el que le colocó el marcapasos cuando a la edad de 60 años un paro cardiaco estuvo a punto de matarlo. Con el tiempo y el trato, le tomó cariño a Tom y a su peculiar familia. Al morir su padre, Ewan descubrió lo que era el proyecto de vida de Tree House. No estuvo de acuerdo en la manipulación de las mentes para hacer creer que todo ser creado por la organización era real. La sociedad sabía de los robots o androides sí, pero como asistentes, como trabajadores. Los que toda la gente conocía eran fácil de distinguir de los humanos, cohabitaban con ellos pero no eran como ellos… Sin embargo, su padre fue más lejos e ideó una pequeña sociedad de estos seres. Seres casi perfectos, casi humanos. Podían caminar entre ellos y pasar desapercibidos, solo que carecían de vida, de voluntad. El libre albedrío venía de la mano de miles de pruebas condicionales, de circunstancias y de lo que el cliente quisiera. Afortunadamente no pasaban de una centena —también animales, mascotas sobretodo— y los podían controlar. Ewan Pretz detuvo la creación de ellos.
—Me sorprendió que me pidieras algo para poder controlar cuando morir. Siendo que te aferras a la vida, porque no quieres estar sin él. —Sujetó los hombros de Tom para poder verlo a los ojos. La imagen de un Tom sumido en el dolor y la tristeza lo devastó— lo que me pides no implica mucha ciencia o estudio… No voy a caer en el discurso moralista porque lo que hemos hecho en este lugar rompe con toda ley moral y tampoco creo en ello. Soy Doctor y también científico y en nombre de los avances de la ciencia, hemos ido en contra de paradigmas o estigmas de lo que a algún sector de la sociedad o religioso pueda determinar cómo correcto. —Apretó los brazos de Tom para transmitirle confort y le sonrió.
Se separó de Tom y caminó hasta la pared que estaba detrás del escritorio. Extendió su mano sobre una parte de ella y, dos segundos después, ésta se abrió dejando ver un pequeño cuarto al cual entró. Dígitó una clave abriéndose en el paso un pequeño cubículo de cristal, del cual extrajo una especie de botón. Cerró todo y salió a reunirse con Tom.
—Con presionarlo en su pecho, justo del lado del corazón… tendrá tres minutos y todo acabará para él….—tragó saliva— con presionarlo en tu pecho… en tu corazón, interrumpirá el funcionar del marcapasos y uno o dos minutos bastarán también.
Tom le agradeció y le abrazó. Nuevamente Tom era feliz.
—La próxima cita en mi consultorio es en un mes, Tom. Espero aún verte ese día… Es tu decisión y si no es así, no te preocupes, velaré por tu hijo.
—Eres tan diferente a tu padre, Ewan, eres una persona noble. Y aunque sé que no me entiendes como tampoco lo hiciste con tu padre, quiero que comprendas que soy feliz —esbozó una radiante sonrisa, que llegó hasta sus ojos— tú y él me han dado la felicidad. Él falló en continuar con su felicidad, pero fue que gracias a sus experimentos que yo conocí la mía. Gracias.
Una vez afuera, su mirada viajó a lo alto del edificio hasta toparse con el emblemático árbol de colores. Sonrío, sabía que iba a ser la última vez que viera ese lugar.
&
La comodidad de su cama se sintió tan bien para su cansado cuerpo. Se acomodó en la almohada. La sensación de frescura, el perfume que irradiaban dos ramos de flores en los flancos de la recámara, le llegó a los pulmones. Se permitió respirar profundamente, su corazón se lo estaba facilitando… y su vista se perdió en los múltiples retratos que estaban sobre una enorme repisa justo enfrente de su cama. Todos eran fotografías de momentos vividos y compartidos con su adorado esposo, así como con su hijo: Tom y Bill en su boda, la pancita de Bill durante el embarazo. Nicholas tocando el piano. La graduación de él. La boda de Rony y Nicholas. Los jóvenes esposos viviendo en Australia… Bill en alguna de sus exposiciones. Ellos besándose en la cocina. Tom en el estudio. El viaje a Finlandia con una fotografía de ellos y una aurora boreal de fondo. Tokio, el Caribe…. Como había dicho Tom, vivieron y habían sido inmensamente felices
—Tom, hazme caso, ¡hey! —Tom despertó de su viaje de recuerdos para encontrase el rostro de su amado Bill, quien también había sufrido el paso del tiempo, pero no por ello, había dejado de ser hermoso. —Estaba recordando nuestra vida juntos, amor. No me culpes por ello —le dijo con una sonrisa tierna y abrió las manos para invitar con un abrazo a su pareja de años. Sin dudarlo, Bill se acomodó entre ellos, sintiéndose como siempre, seguro y suspiró —Te decía que Nicholas te mandó saludos. No pudo esperarte por la diferencia horaria con Australia, además que mañana tiene una conferencia en la universidad y el día iba a ser agotador para él —Siempre que hablaba de su hijo, Bill lo hacía feliz, siempre orgulloso de los logros de su hijo que, ya grande y casado, para él no dejaba de ser su pequeño Nicholas —dijo que nos habla pasado mañana, que nos manda mucho amor.
—Lo educamos muy bien, es todo un hombre —Tom abrazó más efusivamente a Bill y depósito un beso en su frente.
—¿Y qué te dijo el Dr. Pretz? Pensé que la cita era en un mes. ¿Tu corazón está bien? ¿Te has sentido mal? —Bill preguntó con verdadera preocupación, rompiendo el abrazo para poder ver a los ojos a Tom. Éste se llevó una mano al corazón, cerró los ojos, sintió su vivo latir… bajó la mirada hasta su palma viendo el pequeño dispositivo, el que le daría la felicidad eterna. Tal vez era al final, un ser egoísta también. Tom no quería dejar a Bill, no quería partir solo. Quería morir junto a él y ahora tenía esa posibilidad en las manos…
—Todo está bien, amor, no te preocupes. —Le dio un beso a Bill en los labios— solo tenía una duda, es todo. Volvió a invitar a Bill a sus brazos.
—Hace años hice trampa, amor…
—¿Trampa?¿Tú, tramposo Bill? Eso no me lo esperaba. Mi perfecto esposo haciendo trampa ¿Quién lo diría?
—¡Tonto! —le pellizcó el costado— Hace años, cuando Nicholas nos dijo que pidiéramos un deseo. No fue sólo uno el que pedí. Pedí que nuestro hijo creciera sano y fuera feliz y el segundo deseo fue, que aún después de muertos… —se detuvo unos segundos—, si el más allá existe o la reencarnación es verdadera, que me dejaran unirme a ti. Quiero vivir todas mis vidas junto a ti.
Por segunda vez en ese día, Tom rompió en llanto. En esta ocasión no era un llanto de tristeza sino de felicidad. Contagiando a Bill, ambos lloraban, se besaban y volvían a abrazarse. —Nuestro amor es infinito, Bill, no tengas duda de ello y tal vez ya no sea en estos cuerpos… en esta vida, pero te juro que nos volveremos a encontrar… quizá vivamos eternamente. Nunca envejezcamos —su cerebro empezó a trabajar. Su imaginación voló— El infinito no está tan lejos. El infinito ya no está tan lejos.
Volvió a abrir su mano, detalló una vez más el minúsculo aparato. Estiró la mano hasta el mueble que se hallaba al lado de la cama. Abrió un cajón y lo depositó ahí. Una sonrisa se instaló en su rostro. Sintió la respiración de Bill sobre su pecho, sobre su corazón. Respiró profundamente y después de unos minutos de estar platicando ambos se durmieron tranquilamente con un hasta mañana, amor.
& FIN &
Gracias por leer.
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