
«Nicholas»
(one-Shot de Ady)
La sonata en Fa Major de Mozart se dejaba escuchar por toda la casa. Las notas de la pieza musical eran magistralmente ejecutadas. La música llenaba la amplia estancia familiar y se alcanzaba a escuchar hasta el taller de trabajo de Bill, quien siempre dejaba las puertas abiertas para deleitarse con las diferentes piezas musicales que cada día envolvían su hogar.
Mientras las notas musicales seguían fluyendo alegremente por el piano. Bill pintaba sobre un lienzo una hermosa imagen del océano. La pinturas que él realizaba no estaban como material de venta. Lo hacía por hobby y solo seguía vendiendo sus esculturas o en algunas ocasiones participaba con la creación de diseños de monumentos para embellecer la ciudad donde vivían. Se dejó llevar por la belleza de la música, entró en un estado de paz y dejó que su memorias lo llevasen al mar, a una hermosa casa en el mar.
Unos delgados brazos envolvieron su cintura y una cabeza de rizos dorados se apoyaron en su espalda. —¿Otra vez soñando papá? Creo que mis interpretaciones en lugar de inspirarte te dan sueño —soltó una pequeña sonrisa Nicholas, su hijo de ahora 14 años.
Suavemente, Bill se soltó del abrazo y se volteó para observar a su retoño: Nicholas Kaulitz, Nick, era la viva imagen de él cuando era más joven. Ojos color miel, su recta nariz, pómulos altos, labios delgados y hermosos rizos dorados que llegaban a sus hombros. De Tom había heredado el lunar en la mejilla y el brillo de los ojos al sonreír. Claro, además del talento musical.
—Si te duerme el piano, mañana te prometo tocar el cello, la flauta, el violín o la guitarra. Nicholas había nacido con un talento musical digno de ser llamado un niño prodigio pues desde los cinco años ya podía tocar el piano y la flauta. Bill atribuía a que era por Tom el que su hijo naciera con ese don musical. Contrario a lo que ellos mismos y gente cercana a su pequeña familia creyera; Nicholas no había elegido la música como profesión, él había elegido botánica. Nicholas amaba las plantas y desde pequeño manifestó ese gusto. Todo era perfecto, salvo una peculiaridad: Nick era alérgico a las flores. Amaba cualquier tipo de flor, pero las ironías de la vida lo llevaron a desarrollar una alergia hacia ellas. Alergia que se presentó cuando tenía cinco años y Bill lo había llevado a una exposición de flores de ornamento. Fue ahí que su enfermedad se empezó a desarrollar.
—Nunca me cansaré de escucharte amor —contesto amorosamente el ahora rubio padre. Años atrás había quedado su imagen de muñeco de porcelana y ahora lucía una pequeña barba de dos días y cabellos rubios, ensortijados como su hijo—. Estaba pensando que ahora que concluyas el ciclo escolar podemos ir a la playa. Pasar el verano allá, ir a bucear a los corales. ¿Qué te parece?
La respuesta de su hijo no se hizo esperar y con una de esas hermosas sonrisas que le llegaban hasta los ojos, tal como a su otro padre Tom, salió corriendo del taller y se dirigió como una estampida a buscar a Tom. En el camino casi atropella a Capper, quien se hallaba en la alfombra teniendo una de sus múltiples siestas de verano. Abrió la puerta de la cocina y ahí encontró a Tom, quien estaba preparando un delicioso guisado de carne y verduras.
—¡Papá, papá, nos vamos a ir a la playa, a la playa!
—Pensé que iba a ser una sorpresa para cuando terminaras las clases, pero ya que Bill te lo dijo —miro a su esposo con un falso enojo, quien había salido corriendo detrás de su hijo y se encontraba intentando jalar aire por la carrera—. ¿Qué les parece si después de comer vamos a comprar lo que necesitaremos para el viaje?
Y así entre una deliciosa comida y una amena sobremesa empezaron a planear las vacaciones familiares.
—No voltees a la izquierda, o hazlo disimuladamente pero desde que dejamos él área de mascotas, hay una linda jovencita que nos está o te está siguiendo, Nick —Tom le dijo en un susurro a su hijo, al tiempo que ambos estaban comparando diferentes trajes de buceo.
—¿Ah?
Nicholas volteó sin hacer caso a las recomendaciones de su padre y efectivamente, ahí estaba Rony, su compañera de curso. Una linda y simpática castaña de grandes ojos y con una cantidad impresionante de pecas que adornaban su cara. La niña al verse descubierta se sonrojó, acción que hizo que sus pecas se notarán más.
Nick también se sonrojó, gesto que pareció adorable a su padre, quien decidió hacer el primer movimiento, dado que su hijo y posible prospecto de nuera momentánea parecían haberse quedado adheridos al suelo con pegamento.
—Hola, pequeña, soy Tom el papá de este galán —extendió Tom la mano para saludarla. El joven Nick se quiso jalar de los cabellos, esconderse o meterse en ese traje de buzo que tenía a la mano y no salir nunca más. No podía sobrevivir a tal vergüenza que le estaba haciendo pasar su papá. Tom conocedor de ello, solo se reía, no había dejado para nada su traviesa personalidad y no es que fuera un padre que gustaba de dejar a su hijo en situaciones vergonzosas. Solo deseaba que su hijo siguiera sus instintos pues sabía que él gustaba de esa niña, ya que accidentalmente había descubierto un dibujo de la jovencita en la libreta de su hijo y una filosofía que siempre reinaba en el actuar de Tom era: “si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña”.
Reaccionado ante el guiño de Tom, Nicholas le dedicó una mirada de ya te enterarás cuando lleguemos a casa, que solo fue devuelta con una carcajada y esos hermosos ojos que se achinaban al sonreír con ganas por parte de su padre. Dejando la vergüenza junto a los trajes de neopreno, fue hasta su compañera y empezaron con una tímida plática.
Minutos más tarde, Bill se les había unido en las compras y ahora se hallaban los cuatro caminando al área de comida. Los jóvenes unos metros más adelante ya habían vencido la timidez y hablaban lo que nunca habían hecho en el año escolar. Los grandes iban abrazados y con las bolsas de las compras. Compartiendo de vez en cuando algunos besos que dejaban ver lo enamorados que seguían después de diecisiete años.
—¡Oh Nicholas, ven conmigo, mira, entremos a ese invernadero!, ¡mira qué hermosas flores, le quiero llevar unas a mamá! La linda Rony jalaba de la mano a Nick para que entraran al local. Cuando ella notó que le tenía agarrado de la mano, le soltó, sonrojándose nuevamente y agachando la mirada. Cuando logró vencer la timidez y creyó que los latidos de su corazón ya no se escuchaban, alzó la mirada y pudo ver en los ojos de Nick una tristeza . Sus bellos ojos se habían apagado. No tuvo tiempo de formular la pregunta pues la respuesta llegó del joven.
—Soy alérgico a las flores, ¿es irónico, no? —preguntó con una triste mueca— Amo, las plantas, las flores. Me sé de memoria todos sus nombres científicos, sus características…. Quiero ser botánico y sin embargo no puedo acercarme a ellas, tocarlas, olerlas…y por mi culpa, mi padre Bill tampoco puede disfrutarlas —le dedicó una triste sonrisa a Bill, que en ese momento los contemplaba junto con Tom—. No podemos tener flores en casa y siempre tengo que salir con mis medicamentos contra la alergia en caso de que pase un accidente con ellas.
Rony le miró con tristeza y sin ningún temor, le tomó nuevamente la mano y con un apretón le transmitió una calidez que Nick en silencio agradeció.
Mi flor favorita es la Bougainvillea spectabilis —le señaló Rony a través del vidrio una bugambilia de color violeta que se alzaba majestuosamente en una esquina del invernadero.
—La de papá Bill son las Alstroemeria, preferentemente las de color lavanda o doradas, ¡ah, y también las Trangott Gerber, le fascinan porque son muy coloridas!
Bill y Tom solo sonreían entre ellos al escuchar a su hijo y a su amiga hablar de las flores y las plantas con su nombre científico. Para ellos eran bugambilias, astromelias y gerberas. Ellos aprendieron muchos de los nombres científicos de las plantas gracias a su hijo. A ese pequeño innato científico que andaba creciendo.
La atmósfera de felicidad que les envolvía se rompió al escuchar los gritos de algunas personas gritando Rebeldes…
Gritos, balazos, sonidos de detonaciones, gente corriendo desesperada en su dirección, humo, gases lacrimógenos; fue lo que Tom necesitó para poner a salvo a su familia. Sin pensar nada más, abrazó a Bill, Nicholas y a Rony, giró y se lanzó de espalda hacia el invernadero. Ante él era la única salida para estar seguros. La escena que se desarrolló parecía en cámara lenta: Tom rompiendo el cristal con su cuerpo. Abrazando fuertemente a todos. Cristales volando, macetas con plantas, con flores cayendo junto con él…la mirada de terror de Nicholas y pétalos de flores cayendo sobre ellos….
—Corriste con mucha suerte, Tom. La verdad es lo que te puedo decir, la suerte te acompañó.
El Doctor Sammer terminaba de revisar la espalda de Tom después de aplicarle unos desinflamatorios—, solo te quedará una pequeña cicatriz en la espalda y los demás rasguños, es cuestión de días para que desaparezcan. —Terminó de escribir una receta y la pasó a Tom.
—Estos son los medicamentos que completan el tratamiento. Cuídate y espero no verte por acá en un buen tiempo. Nos vemos héroe.
Tom agradeció con un apretón de manos y una sonrisa. No se consideraba héroe. Solamente había protegido a su familia. No pedía reconocimiento por ello. Cualquier persona con un motivo suficiente de para vivir, como lo eran su familia para él, habrían hecho lo mismo. Guardó la receta médica y se dirigió a otra ala del hospital. Siguió el largo camino de duela café, admirando en el proceso los verdes árboles, las coloridas flores que acompañaban a su camino en solitario. Lo único que parecía darle vida a ese blanco lugar. Cinco minutos después, se detuvo ante el imponente edificio en blanco. Un guardia pidió un dispositivo digital para registrarlo. Una vez hecho el proceso, avanzó, pasando por diferentes puertas que tenían escritas el nombre de un Doctor y la especialidad médica. Detuvo su andar en la doble puerta cuya inscripción decía “Alergias”.
Después de escuchar un “Adelante”, se introdujo y avanzó unos pasos hasta detenerse en un cubículo con el número 7. Al recorrer la cortina, la cara de su Bill lo recibió con una enorme sonrisa. Le abrazó y besó cálidamente. Al separarse de Bill, lo vio, su pequeño Nicholas quien se lanzó a sus brazos como cuando apenas era un crío.
—¡Papá, papá, me he curado papá, me he curado! —un emocionado Nicholas trataba de explicarle que ya podría oler las flores, podrían sembrarlas, que Bill podría tenerlas en casa. La emoción del adolescente era tan inmensa que contagió a los adultos presentes. Bill lloró porque estuvo a punto de perder a su hijo al caer en el invernadero y que las flores les rodearan. Pensó que iba a perder a su hijo y esposo, pero ahora al verlos bien y que a Nick no le hubiera pasado nada, y que ahora las pruebas de alergias salieran negativas, era una felicidad que no tenía precio. Años habían pasado tomando las medidas adecuadas para evitar que Nicholas tuviera contacto con las flores, y ahora, su hijo podría ser tan normal como las otras personas. Su hijo gozaba de buena salud.
Una vez que el Doctor le dio las últimas indicaciones a Tom sobre el cuidado de Nick y por si este recaía. Tom se enfiló a la salida, donde Bill y su hijo lo esperaban sonrientes. Un hermoso sol brillaba en el inicio de su ocaso. Tom volteó a ver por última vez el imponente edificio en blanco. Los rayos rojizos y dorados del sol, le daban un tono de calidez a las figuras geométricas de colores que formaban el logotipo de Tree house que fungía como un vitral. Juntos emprendieron el camino a casa.
En el camino a casa, no pudieron evitar el que Bill comprara un hermoso ramo de astromelias color salmón. Por primera vez en años, tendrían flores en casa. Bill y Nicholas hablaban de hacer un invernadero con plantas de ornamento así como cultivar sus propios alimentos.
Al pasar por un camino que atravesaba el parque, Nicholas observó fascinado como una ligera brisa iba acompañada de esporas de un diente de león. Siempre había observado fascinado por medio de videos la hermosa estela de esporas que dejaban estas al ser mecidas por el viento. Sin temor alguno en esta ocasión, se acostó sobre la tierra y miró embelesado las flores silvestres. De todas las especies en el mundo, esas eran sus favoritas porque le demostraban una gran fuerza e independencia al crecer solas sin ayuda de nadie. Y si se les arrancaba de la tierra, al siguiente día una nueva flor crecería en el mismo lugar. Tomó una, inhaló profundamente y cerrando los ojos sopló tres veces… Al abrir los ojos las esporas bailaban sobre de él. Sonrío.
—Dicen que si soplas tres veces al diente de león y si todas las esporas se esparcen, se te cumple un deseo. —Dio a cada uno de sus padres una flor— inténtenlo, yo ya pedí el mío.
Bill y Tom se miraron, sonrieron y asintieron, sabiendo de antemano lo que ya iban a pedir.
—¡Uno, dos…
—Algo raro sucedió con el software que ya no reaccionó a las flores. Quizá el “pánico” sentido activó un mecanismo de defensa y bloqueó las señales sensoriales de la computadora… Pero no se preocupe, con los análisis efectuados se corrigió todo y se alteró la “enfermedad” y aho…
—¿Por qué alergia a las flores? ¿Por qué si Bill las amaba tanto, por qué causarnos ese daño? — Un Tom serio miraba a Bill y a su hijo emprender el camino a la salida. Su mirada era vacía.
El Doctor Simon Pretz se situó a la espalda de Tom —el embrión no se logró y bien sabes que tu bebé artificial no podía ser perfecto. Tenía que tener algún defecto.
Las manos de Tom formaron puños para contener el coraje contra ese tipo, al cual odiaba con todo su ser. Su hijo no era un objeto, ni era artificial . Era su dulce Nicholas.
—Además …—se inclinó al oído de Tom y le susurró— yo odio las flores.
…tres!
Las esporas volaron con el viento.
& FIN &
Gracias por leer. Hay una última parte llamada «Infinito», puedes encontrarla «Aquí«